y si todo esto crece y se cuela así
–te digo, con el machete entre los dientes–
de aireado, de vacío inflable como un agujero en la costilla
que refleja tu experiencia agotada.
y si introdujera una luz de polilla
–y si mastico el machete–
en ese batido inmóvil de ronquidos
que llevás a cuestas como manto
–no digo un él, no un ella, sino eso
espejeante en la hoja que cruza la boca–
que pudiera iluminar un des(a)tino
y desplazara el centro de gravedad
no al perímetro, su bostezo de margen,
sino a las eses esas que un zumbido
enhebrara al fin para el que aúlla
–con la faca entre los dientes–
en la contemplación vacilante de lo que huye.
y si escuchara sus ramajes cuando aran
un surco en tu cuerpo, misiles
del armilar que se parte y parte
de sí: un parto de nada. y si nadar
y parir son una sola flecha
cuando lo expulsado al agua es nuestro ungüento,
la gleba que sobra de los tajos –la risa
del machete–, la sangría que embiste
el embuste de tu órgano, sus funciones
agotadas. y si reímos de mar: no hay dónde
morder cuando el machete es un pez hecho de agua.
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