por la esquina de la enzima cabecea
el mar con
sus trenzadas turbulencias, la chispa
que
arrastra un infinito de espumas hacia las piedras:
el truco
favorito del monte, aparecerse
de golpe
frente a cualquier paisano.
ahora asoma
su beso el azul metálico del pez
y su
especial manera de arar el agua. seguirlo
es el
inicio de una conversión:
misa en
braille del cardumen tutelar,
de la
costilla vuelta flecha, anzuelo
para la
enzima profunda de los líquidos.
casi un
juglar es el que juega
en los
muslos de esta jungla, y recibe
la
hospitalaria invitación a internarse
en el
follaje donde el sol funde sus metales.
lo que se
oye son cascadas, la insistencia
del
travestido monte en envolvernos
con la transpiración
de cada una de las hojas:
sus mil
ojos bajo la piel de los caimanes.
mientras se
derrama el sudor selvático
por el
murmullo facetado de las rocas
y sus nerviosos
toboganes, es de noche
sobre las
vértebras de la costa y el lomo
pontífice
del caimán, como si mis ojos
le besaran suavemente
la quijada.
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